A pesar del tiempo transcurrido de mi primera serie fotográfica VEREDA y que por capricho del infortunio nunca ha sido expuesta tal y como la concebí (en primer lugar en Casa Molino de Ángel Ganivet y en segundo en Doual´art) recupero este texto que me escribió para el catálogo de la exposición Fabiola Ecot Ayissi y quién sabe si a la tercera va la vencida.
«Anteriormente Esperanza Bernal Gallero había privilegiado la pintura y experimentado varios soportes de expresión artística. Actualmente conserva de sus investigaciones pictóricas una acuidad visual, una generosidad, que la llevan hoy a la fotografía; siendo siempre interpelada por los cuerpos, sus movimientos y gestos, y por los sentimientos humanos.
La serie de retratos en “Vereda” muestra gente conocida por la autora, familiares, amigos, comerciantes, en la ciudad natal, Rota (Cádiz). Escenas cotidianas. Es decir personas puestas en escena en su propio entorno, que, gracias (o a causa) de la intervención de la fotógrafa, convierten este cotidiano en un curioso espectáculo. Una manera directa para Gallera Bernal de someter la vida diaria a la prueba del proceso artístico.
Las imágenes expresan un tiempo sin límite. Son los segundos, los minutos o las horas que transcurren mientras se dedica uno a ganarse la vida o durante el tiempo libre. En medio de estas descripciones interviene el objeto inesperado y, a través de él, el ojo interrogador de la artista. Las anteojeras, recurrentes de una foto a otra, son el hilo conductor; operan a modo de un sello, voraz, que marca, captura los rostros y todo lo que en las fotos contribuiría a formar unas escenas imperturbables si no estuvieran presentes. La cotidianidad es la otra protagonista, cobra una dimensión rutinaria en algunas escenas que alcanzan a veces un punto extremo, con hombres o mujeres atrapados, según parece, en la malla de la espera, en la nasa de un tiempo que parece estancado.
Las anteojeras aparecen a veces a modo de un casco o de una máscara. Pueden intervenir de manera cómica tal una palabra desviada de su uso habitual y totalmente inesperada en una frase, como por ejemplo en la foto insólita de la piscina. Sin embargo, la perturbación de la imagen es real. El espectador no puede presenciar relajadamente estos momentos tiernos, amistosos, o de abandono, sin pensar en estas personas, entregadas a su vida diaria, que se trate de situaciones profesionales o de ocio, de escenas de soledad o de intimidad compartida. Hay impedimento, molestia, a causa de lo que Roland Barthes llama la “dimensión semántica del objeto”. Más allá de la yuxtaposición de dos reinos, el animal y el humano, acercamiento ya transgresivo de por sí, la presencia de las anteojeras remite a la domesticidad animal, por lo tanto a la docilidad requerida, vinculada al resultado, al rendimiento. El espectador no puede sino observar, a través de esta asociación una analogía cruel más que graciosa, en el fondo. De este modo se cuestiona el día a día, se introduce la duda, hace que exista una ranura, una grieta, el fallo. Se apunta, casi con el dedo, la acción potente y peligrosa de la cotidianidad envolvente, la cual parece estar en el origen de la desilusión expresada aquí con fuerza, frente a nuestros intentos (vanos sean cuales sean) de ocupar el tiempo y el espacio, frente a la plenitud imposible».