Debido a las miles ocupaciones que tenía en la Fundación Alcalde Zoilo Ruiz-Mateos, que iban desde la gestión del medio artístico hasta la feria del libro, llega a mí la invitación a participar en la exposición colectiva “El mar” organizada por Lokati. Javier Sánchez Navas director de Castelartdiez Espacio Creacion y yo colaboramos con nuestros recursos sin ánimo de lucro ni notoriedad en el diseño del cartel e invitación de la exposición.
Una vez reunidos los tres surge como enfocar el cartel, ese verano debido a mi cuchitril de la Feria del Libro estaba leyendo “Los aires difíciles” de mi querida Almudena Grandes y sugiero recrear esa parcela, ese espejo de playa habitada con la contextualización de un objeto, en este caso un felpudo «a la manera de» Rineke Dijkstra mezclado con «Historias de Playas» del gran Juan Manuel Díaz Burgos.
El cartel sería unos pies en un trozo de césped artificial a la orilla del mar…gracias a Javi quedamos al día siguiente para materializarla, una vez in situ no puedo evitar ir más allá que una simple fotografía de unos pies para un cartel; la playa está repleta de gente a la que (re)conozco y que tienen «un no sé qué» especial digno de retratar. A partir de este punto surge una serie de retratos donde el protagonismo la ocupan ellos y el trozo de jardín artificial queda en un segundo plano…he aquí el resultado:
Idea original por Gallera Bernal. Fotografías por Javier Sanchez Navas y Gallera Bernal.
Almudena Grandes en su libro “Los aires difíciles” publicado en 2002 hace referencia a esta particular manera de vivir en las playas gaditanas.«El contraste entre el cielo azul, resplandeciente del sol que rebotaba como un balón de luz contra las fachadas de las casas, todas blancas, iguales, y la hostilidad de aquel viento salvaje, tenía algo de siniestro […] Por eso se había propuesto no dejar pasar ninguna buena mañana de sol sin nadar en el mar, ninguna buena tarde de marea baja sin pasear por la arena mojada […] aún no sabía cómo se vive en otoño al borde del océano, en un pueblo donde los taxis no llevan contador y se puede ir andando a casi todas partes.»
«Mi sobrino».
«Una franja anaranjada y asombrosamente intensa suplantaba al azul sobre la línea que dividía el mar del cielo. El sol estaba a punto de ponerse, y sin embargo, antes incluso de llegar a la playa, Juan Olmedo distinguió a contraluz las siluetas de algunos de los improvisados campamentos portátiles que tanto le habían sorprendido por la mañana. Los coches de los domingueros, matrículas sevillanas en su mayoría, les habían escoltado desde la puerta de la urbanización, agolpándose a ambos lados del camino que desembocaba en la primera duna como dos hileras de aplausos dirigidos a la astucia de quien había escogido una casa situada tan cerca del mar […]»
«La playa estaba tan repleta como era previsible. Lo que Juan no había podido prever, en cambio, eran los peculiares hábitos de los nómadas de fin de semana, familias enteras, con ancianos decrépitos y bebés de pocos meses incluidos, que acotaban una parcela de arena a primera hora de la mañana, cuando ni siquiera había empezado a hacer calor, e invertían horas enteras en componer un trabajoso simulacro de su propia casa a base de tiendas de campaña, lonas de colores y muebles portátiles, hasta convertir la playa en un lugar extraño, como un poblado improvisado con pocos medios para hacer frente a una emergencia. Cuando buscaban un espacio libre cerca de la orilla para extender sus tres humildes esterillas, Juan contempló a una señora mayor que se estaba desayunando un café con leche y unos churros servidos en una vajilla de duralex, con su correspondiente servilleta de tela estampada, y sonrió […]».
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