El muelle
Me pide Gallera Bernal que le escriba algo sobre el muelle y mis vivencias en él.
La verdad es que para mí el muelle es el antiguo, el viejo. Ese en el que cuando la marea bajaba, los barcos se quedaban varados en tierra y cuando subía, el barquero tenía que llevarte con su barca hasta la tuya. En el que el día del Carmen se ponía la cucaña, se adornaban los barcos y los chiquillos se bañaban, tirándose al agua desde el espigón, cosa que el resto del año tenían prohibido, y que para que saliese la procesión había que esperar a que la marea llenase. En el que los marineros arreglaban y limpiaban sus redes en el suelo y regalaban algún pescado, de la morralla, a los conocidos. El de las lisas mojoneras que se alimentaban de la mierda que salía por la muralla y que había a montones. El del antiguo Bar del Embarcadero, con Adolfo y su familia trabajando en él, frecuentado por los marineros y los amantes del muelle: El Choco, Roque, El Pipa, El Gorrito, José El Chato (qué manos más grandes tenía), El Puchi, y, en verano, Eloy el boticario de Coslada con su familia y con su amigo Félix, el marido de Zoa, Luis Miguel (el Farista) y su amigo Reales, Jesús El Calvo, David Arjona, El Liebre, Luciano y un montón de amigos que nos reuníamos allí. Varias veces dí de mamar a mi hija en su terraza y también de allí, cuando era un poco más mayor, la cogía Choco el marinero y se la llevaba a la cooperativa antigua y le enseñaba los pescaos y sus nombres.
Fotografías cedidas por Lola Fernández Trenado para la Exposición de El Muelle: Patrimonio y Memoria en la Torre de la Merced.
Aquel muelle que un día de temporal acabó con un agujero enorme en medio del espigón. El de la casa del Farista, con su mujer Maru, hablando por los codos, su marido rodeado de libros y su hijo Luis Miguel, gran deportista y amigo; allí guardábamos la lancha de Serafín y cuando Maru le ponía la comida a su hijo, le robábamos las papas fritas. Ese muelle en el que hacíamos vela, piragüismo, esquí acuático (cuando nos caíamos al agua, nos rodeaba la mierda), alguna inmersión en Pelapú, pesca, y lo que hiciese falta, sin importarnos que el agua estuviese llena de suciedad que salía por la muralla, y la rampa por la que bajábamos los barcos y nosotros, llena de verdín y resbalosa, no nos importaba ni estar pendientes de la marea para poder salir a la mar. Aquel con una playa chica, pero preciosa, que había entre el espigón viejo y el que hay ahora en el Duque de Nájera; cuántos baños allí antes de la cerveza en el Embarcadero. El del antiguo Club URTA, en la calle Ignacio Merello, al que iba todos los días a reunirme con los amigos: Serafín, El Chapa, El Farista, los hermanos Arjona, El Chato y tantos más. Allí los fines de semana por la mañana me sentaba en el mirador que da al muelle y leía la prensa, veía las olas pasar por encima del espigón los días de temporal y disfrutaba de ese muelle que tanto me gustaba.
En fin, ahora hay barcos grandes, paseos marítimos, un Bar Embarcadero muy bonito, un puerto seguro y precioso y muchas comodidades, pero yo añoro aquel muelle y a mis amigos los marineros, algunos han muerto y otros ya estamos viejos. Ya sólo voy de paso cuando camino por el paseo marítimo, para mí todo ha cambiado.
Lola Fdez. Trenado