Vuelvo a encontrar la memoria de “El Muelle” en los retratos de Gallera Bernal. Un lugar atávico tejido con cuerdas y nudos marineros, impregnado del aroma a salitre, del choque de los vientos, de la luz de la costa, de sus intensos cielos, del rugido de las olas y de sus marineros de piel roja.
Gallera ha traspasado el hormigón para mostrarnos las caras de los que habitan un mundo cercano y desconocido. Invirtiendo el orden. El espigón, los cuartitos, el ambiente exterior de un microcosmo único se convierte en el interior de un gran estudio fotográfico. Posan como si mirásemos sus entrañas, tal como son, sin adornos, como esas fotografías de familia en blanco y negro que nos mostraban la profundidad del tiempo.
La palabra marineros nos hace olvidar la precisión y diversidad de sus tareas. Son armadores, patrones, rederos…Gallera se ha ganado su confianza, la de su gente, compartiendo su día a día, sus ilusiones y sus jornadas agotadoras e interminables. Adentrádose en un ecosistema rico en detalles. Como son los motes y apellidos –”El Colorado”, “El Manteca”, “Los Chocos”, “Seis Dedos”, “Bocanegra”, “Los Corbetos”, “Los Ventura”, “Los Canijos” o “Los Tula”, entre tantos- de las diferentes familias que conforman los tripulantes de cada embarcación. Los nombres de los barcos que componen la flota. Sus tatuajes legendarios. Su entorno.
Esta precisión nos muestra una realidad que se repite en cada puerto de mar. Y ese marinero anónimo tendrá su doble en otro pueblo de costa, creando una red que transmite un universo concebido para permanecer en el tiempo y formar parte de nuestra memoria colectiva. “La vida”, decía Kierkegaard, “sólo puede ser entendida mirando hacia atrás”. Esta retrospectiva nos muestra el presente y el pasado, recreando un panorama que estaba a la vista de todos.
El tiempo se contrae, forma grumos que parecen poder tocarse o se disuelve como bancos de niebla que se disipan y desvanecen en la nada; es como si tuviera muchas vías, que se cruzan y separan, sobre las cuales transcurre en direcciones diferentes y contrarias. “El Muelle” era nuestro paseo marítimo. El lugar por el que caminabas las tardes de los domingos y se detenían las horas…En verano, los más atrevidos, se lanzaban desde su punta al mar que mira de frente a Cádiz, o se internaban en el laberinto de sus bloques, buscando pequeñas grutas cuando la marea estaba baja.
Ese punto de encuentro se convirtió en un territorio cerrado habitado solo por marineros, gaviotas y gatos. Gallera Bernal, que nació una madrugada en una casa que daba al mar, cuyos primeros pasos fueron cerca de una muralla donde azotaban las olas, y se arrojaba al agua desde los bloques de cemento, ha realizado un homenaje al entorno de su infancia, retratando una realidad olvidada.
Es posible que escribir signifique rellenar los espacios blancos de la existencia, esa nada que se abre en las horas y en los días, pero la fotografía cubre esos huecos y los absorbe llenándolos de sentido. Por ello, “El Muelle” se convierte en un documento único. Es ya parte de nuestra historia, de nuestro patrimonio.
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