Defensora de la creatividad, creadora de paradigmas visuales y guardiana de la costa, así define Juanlu Carrasco a Esperanza Bernal Gallero (Rota, Cádiz 1975) que con su último trabajo titulado «El Muelle» inaugura temporada en la Sala Rivadavia, espacio que desde el año 1997 la Diputación de Cádiz, a través de su Fundación Provincial de Cultura, dedica al apoyo y promoción del arte contemporáneo.
Gallera Bernal, que es como artísticamente quiere que la llamemos, es una artista inquieta, vital, que parece no conformarse nunca con su trabjao y que intenta mantener un control total sobre el uso de su producción artística, llevando a sus últimas consecuencias el primado romántico del artista sobre su obra.
Para sumerginos en el trabajo de Gallera Bernal tendríamos que retrotraernos a aquella frase reveladora de Joseph Beuys, que decía que «todo hombre (y mujer) es un artista», para comprender así el profundo giro experimentado por las artes a lo largo del siglo XX en un sentido antropológico. Un giro que, desde las primeras Vanguardias, ha ido parejo a la exigencia de fusionar arte y vida. Parece que en lo últimos años los artistas piensan más en cómo habitar el mundo presente, en cómo llenar espacios y producir formas de relación que en producir objetos. La forma de entender el arte estaría más en la interacción, en la ocupación de los espacios, en el intercambio que en la producción.
Gallera Bernal concibe su proyecto fotográfico «El Muelle» para que permanezca en el tiempo, convirtiéndose en memoria histórica, en documento gráfico. Los personajes que componen ese microcosmos marítimo son anónimos para nosotros, pero sobradamente conocidos para los habitantes de la villa de Rota. Con esta colección fotográfica la artista nos presenta y nos muestra un universo impactante y único, visto con una mirada singular en unos personajes verdaderamente irrepetibles.
Independientemente de todo lo demás, Gallera Bernal se hace un homenaje a sí misma, un homenaje a su niñez y a sus propias vivencias y recuerdos.
No quiero terminar este texto sin dejar de rescatar esta frase suya que lo resume todo: Soy del tiempo en que los marineros de piel roja tejian sus redes en las casapuertas, de cuando el mar azul chocaba con fuerza en la muralla y la luna llena de color naranja amanecía por los bloques. Por mis venas corre agua salà, soy roteña de mar y cepa.
Vuelvo a encontrar la memoria de “El Muelle” en los retratos de Gallera Bernal. Un lugar atávico tejido con cuerdas y nudos marineros, impregnado del aroma a salitre, del choque de los vientos, de la luz de la costa, de sus intensos cielos, del rugido de las olas y de sus marineros de piel roja.
Gallera ha traspasado el hormigón para mostrarnos las caras de los que habitan un mundo cercano y desconocido. Invirtiendo el orden. El espigón, los cuartitos, el ambiente exterior de un microcosmo único se convierte en el interior de un gran estudio fotográfico. Posan como si mirásemos sus entrañas, tal como son, sin adornos, como esas fotografías de familia en blanco y negro que nos mostraban la profundidad del tiempo.
La palabra marineros nos hace olvidar la precisión y diversidad de sus tareas. Son armadores, patrones, rederos…Gallera se ha ganado su confianza, la de su gente, compartiendo su día a día, sus ilusiones y sus jornadas agotadoras e interminables. Adentrádose en un ecosistema rico en detalles. Como son los motes y apellidos –”El Colorado”, “El Manteca”, “Los Chocos”, “Seis Dedos”, “Bocanegra”, “Los Corbetos”, “Los Ventura”, “Los Canijos” o “Los Tula”, entre tantos- de las diferentes familias que conforman los tripulantes de cada embarcación. Los nombres de los barcos que componen la flota. Sus tatuajes legendarios. Su entorno.
Esta precisión nos muestra una realidad que se repite en cada puerto de mar. Y ese marinero anónimo tendrá su doble en otro pueblo de costa, creando una red que transmite un universo concebido para permanecer en el tiempo y formar parte de nuestra memoria colectiva. “La vida”, decía Kierkegaard, “sólo puede ser entendida mirando hacia atrás”. Esta retrospectiva nos muestra el presente y el pasado, recreando un panorama que estaba a la vista de todos.
El tiempo se contrae, forma grumos que parecen poder tocarse o se disuelve como bancos de niebla que se disipan y desvanecen en la nada; es como si tuviera muchas vías, que se cruzan y separan, sobre las cuales transcurre en direcciones diferentes y contrarias. “El Muelle” era nuestro paseo marítimo. El lugar por el que caminabas las tardes de los domingos y se detenían las horas…En verano, los más atrevidos, se lanzaban desde su punta al mar que mira de frente a Cádiz, o se internaban en el laberinto de sus bloques, buscando pequeñas grutas cuando la marea estaba baja.
Ese punto de encuentro se convirtió en un territorio cerrado habitado solo por marineros, gaviotas y gatos. Gallera Bernal, que nació una madrugada en una casa que daba al mar, cuyos primeros pasos fueron cerca de una muralla donde azotaban las olas, y se arrojaba al agua desde los bloques de cemento, ha realizado un homenaje al entorno de su infancia, retratando una realidad olvidada.
Es posible que escribir signifique rellenar los espacios blancos de la existencia, esa nada que se abre en las horas y en los días, pero la fotografía cubre esos huecos y los absorbe llenándolos de sentido. Por ello, “El Muelle” se convierte en un documento único. Es ya parte de nuestra historia, de nuestro patrimonio.
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