JOSÉ ANTONIO MARTÍNEZ RAMOS | CRONISTA OFICIAL DE LA VILLA DE ROTA | MESA REDONDA
El puerto de Rota es de origen antiquísimo, tanto que se pierden en las nieblas de las historia. En opinión de notables y destacados investigadores, su construcción se remonta a los tiempos del rey Argantonio, el primer español de nombre conocido, que fue amigo de los griegos, según frase feliz del ilustre profesor don Antonio García y Bellido, es decir, a los años de esplendor de Tartessos o a los inicios de la colonización fenicia o púnica.
Las grandes piedras de cantería escuadradas del muelle viejo, que muchos roteños hemos conocido ya con sus caras lamidas y sus aristas redondeadas por los embates del mar durante siglos, atestiguan una antigüedad plurisecular, que posiblemente se remonte a muchos cientos de años antes de nuestra Era. Estas piedras han sido sepultadas recientemente por grandes bloques de hormigón arrojadas sobre ellas para hacer de rompeolas, pero ahí permanecen, ocultas y calladas, guardando los secretos de su lucha contra el mar y el tiempo.
Los datos que conocemos sobre la construcción de nuestro muelle, antaño límite y demarcación de su puerto, son en su mayor parte indirectos, pues los pocos cronistas e historiadores que se han ocupado de él en sus relatos lo han hecho de forma accidentar y anecdótica, pero en cualquier caso, las noticias aportadas han servido cumplidamente para formarnos una idea aproximada de su andadura como punto de refugio de las embarcaciones vecinas y como centro de múltiples avatares históricos.
Empezando por los estudios que atañen a épocas más antiguas, lo que no necesariamente significa que sean los primeros en el tiempo, hemos de recordar que, ya a mediados del siglo XVIII, el erudito Bartolomé Domínguez, decía, refiriéndose a nuestro pueblo: Rota y los desemboques del brazo oriental de Betis, donde estuvo el puerto naval llamado Tartessos, concretado así su ubicación.[1] Por otra parte, José Chocomeli, abundando en este extremo, hacía notar: Astaroth es el nombre primitivo de Rota, uno de los dos puertos principales de acceso a Asta. Asta Regia era la capital de Tartessos. En el mismo sentido se pronuncia don Pedro Barbadillo [2] en su obra Alrededor de Tartessos,[3] cuando sitúa en nuestra localidad en naval o arsenal de Tartessos. Vemos pues, cuan reiteradas es entre los estudiosos la opinión de que los orígenes de nuestro puerto se pierden en los albores de la historia.
Del resto de la Edad Antigua no poseemos gran información. En nuestro caso no se ha encontrado ningún Bronce de Lascuta ni ninguna inscripción o lápida que nos hable de Rota o de su puerto durante la dominación romana. Sin embargo, considerando el gusto de los romanos por las obras públicas y la favorable disposición de su ensenada, nada hubiese sido de extrañar que la hubieran dotado de alguna infraestructura portuaria, que no sería otra que nuestro muelle, lo cual explicaría su utilización y funcionamiento durante muchos siglos.
Durante la Alta Edad Media y la dominación islámica persiste la carencia de información. Según apunta nuestro paisano Francisco Ponce, los pueblos bárbaros, y particularmente los visigodos, no fueron grandes marinos, pues enzarzados además en continuas luchas internas, no prestaron nunca al mar la atención que merecía. Ello explica que durante este periodo las poblaciones costeras sufriesen una dura crisis, producto del abandono general y las circunstancias políticas del momento.
Aunque más marineros que los godos, tampoco parece que los árabes contribuyesen mucho a elevar el nivel económico de nuestra comarca, si bien bajo su dominio Rota se configura como etapa de la ruta marítima Algeciras-Sevilla, primera noticia documentada de una cierta actividad portuaria en nuestra población, aunque no tenemos noticias de que emprendiesen grandes trabajos portuarios en nuestra villa, ni sabemos de atarazanas u otras obras de esta naturaleza. Cádiz, al parecer, era entonces una modesta aldea de pescadores, y sus relaciones con nuestro pueblo debían hallarse reducidas a las propias entre los enclaves de economía semejante. Sin embargo, la existencia en nuestro suelo de una rábida o ribat, castillo o monasterio fortificado para la defensa de la costa apunta a que había algo que defender, y que ese algo no podía ser otra cosa que un buen puerto abrigado por un viejo muelle.
Tras la definitiva conquista cristiana en tiempos de Alfonso el Sabio, las comunicaciones marítimas con las localidades cercanas, y singularmente con Cádiz, debieron adquirir mayor importancia, en las que el puerto roteño y su muelle debieron jugar un papel destacado, pues no debemos olvidar que en aquella época, en que las antiguas vías de comunicación terrestre de época romana sufrían ya un abandono secular, las comunicaciones se hacían preferentemente por mar. A tal efecto, no podemos menos que recordar cómo, tras la reorganización territorial llevada a cabo por el Rey Sabio después de la sublevación de los mudéjares (1264), y ante las quejas de los alcaldes roteños de que no podían cruzar la bahía en invierno para llevar las alzadas a Cádiz, replicó que, cuando no se pudiese pasar la mar, podían bordear la bahía por tierra, lo que no hace sino confirmar la preponderancia de la vía marítima sobre la terrestre.[4]
En la época del descubrimiento de América el puerto roteño debía hallarse en buen estado, como parece deducirse de su participación en la fugaz visita de los Reyes Católicos a nuestra población en 1477, pues, según la crónica, vinieron navegando desde Sevilla, pasando por Sanlúcar, para concluir viaje en Jerez. Con todo, la primera noticia documentada en que se habla ya expresamente de un muelle en nuestra población data del año 1527, y se trata de una declaración hecha por don Luis Ponce de León, señor de Villagarcía de la Torre, Zahara, Mairena, etc., sobre que la obra y reparaciones necesarias del muelle que hizo en esta villa dentro de la mar porque de ella se esperaba mucho provecho en las rentas de esta villa y crecimiento de los vecinos, que había costado 6.743.642 maravedís, y el Concejo le había servido con 800.000. Hizo declaración por cuanto el duque de Arcos, su hijo, se había convenido con él en que lo hiciese y que él pagaría el coste. Su fecha en Guadajoz, a 4 de julio.[5]
Posteriormente, en 1516 se conoce sobrecarta del emperador Carlos para que se cumpliese y guardase la carta ejecutoria de los Reyes Católicos del 28 de marzo de 1503 por la que se otorgaba a la Corona los derechos de Almojarifazgo y carga y descarga de esta villa, cuyo muelle, según escribe el erudito Hernando Colón, hijo del Almirante, en 1517, era lo mejor que había en esta costa.
Pronto, sin embargo, llegaron las dificultades, el abandono y la decadencia del puerto roteño, sobre cuyo particular se conocen asimismo en 1537 unas cartas del licenciado Labarrera a don Juan de Saavedra, tutor del duque de Arcos, y otros, sobre las conferencias que habían tenido con los arrendadores de las rentas del Almojarifazgo y de los derechos de embarque y desembarque y una relación de la orden que siempre se había tenido en la cobranza del Almojarifazgo en esta población y en Chipiona, en que se noticiaba que cuando don Luis hubo tomado los dichos Almojarifazgos había veinte chalupas de coritos (descargadores) y mucho trato y puerto, y a la sazón no había sino el muelle hecho pedazos,[6] noticia que concuerda con la que ofrece Agustín de Orozco en 1589 en su Historia de la ciudad de Cádiz, entre cuyas páginas encontramos la siguiente descripción de nuestra localidad:
El sitio de esta villa de Rota es llano; parte de él está cercado, y tiene una mediana fortaleza. Por el oriente fenecen sus últimas casas, y por el mediodía sobre la playa del mar, y hácese una ensenada y razonable portezuelo en la parte que mira a Cádiz, que le fuera muy provechoso al lugar si no hubieran dejado perder un buen muelle de piedra, que le hacía abrigo hacia el vendaval, el cual se va ya casi desbaratando todo, y por eso perdiéronse el portezuelo, que era de mucho albergue a los barcos cuando hay tormenta o moros en la costa.
Con todo, aún quedaba bastante puerto en la segunda mitad del siglo XVII, en que el cronista mercedario fray Pedro de San Cecilio escribía en sus Anales en 1669 sobre el muelle que en esta villa persevera, a quien no han podido arruinar las injurias de tan larga carrera de siglos, ni los horribles y casi constantes golpes con que el mar lo combate. Añadiré, a título anecdótico, que fray Pedro era ferviente defensor de la tartesidad de Rota, y que el muelle era para él testimonio palpable de que nuestra población, y no otra, había sido la celebrada ciudad de Tartessos.
Curiosamente, sobre estas fechas, y más concretamente en 1678, visitó estas costas un buque británico, uno de cuyos tripulantes tuvo la iniciativa de hacer un dibujo de nuestra villa, que se conserva en el Public Record Office, de Londres,[7] reproducido por nuestro paisano Francisco Ponce en el Rota y el Rosario bajo el título La más antigua vista de Rota, en el que se muestra con gran realismo la perspectiva de nuestro pueblo desde el mar, tomada desde un punto aguas afuera de la prolongación del muelle, pudiendo apreciarse claramente el castillo, la parroquia de la O, el convento de la Merced, el molino de viento que dio nombre a su pago, las murallas y otros edificios, así como el propio muelle y las embarcaciones acogidas al mismo.
A esta misma época, siglo XVII, corresponden dos planos de un puerto para nuestra villa que se conservan en el Archivo General de Simancas,[8] pertenecientes a dos proyectos que no se hicieron realidad, pero que ponen de manifiesto que, al igual que hasta hace pocos años, el muelle era una preocupación constante para el Ayuntamiento que, además, debía correr con su mantenimiento.
En 1702, con ocasión del desembarco anglo-holandés durante la guerra de Sucesión, nuestro muelle jugó un papel decisivo, ya que fue utilizado por los invasores para desembarcar parte de sus fuerzas y para embarcar el vino, la carne y demás bienes fruto de la rapiña y saqueo.
Mediado el siglo XVIII, en 1755 se produjo el terremoto de Lisboa y consecuente maremoto, en el que nuestro muelle, combatido de frente por las gigantescas olas del tsunami quedó arrasado y convertido en un montón de piedras, juguete de la furia de las aguas. Esto dio lugar a que se multiplicasen los proyectos, irrealizables para una localidad de nuestras características por su elevado coste, no obstante los arbitrios solicitados, y conseguidos ocasionalmente, del Consejo de Castilla.
Finalmente, el 31 de diciembre de 1774 se dio lectura a una real provisión de fecha 9, manifestando haberse servido S. M. aprobar los arbitrios propuestos por los diputados del Común y Gremio de Mareantes de esta localidad para hacer frente al importe de las obras del muelle hasta su conclusión, y terminadas que fuesen, para hacer repuesto para su conservación, encargado su exacción a este Ayuntamiento y Junta de Propios, y entendido por la Villa, acordó su obedecimiento en todas sus partes.
Con todo, los trabajos, llevados a cabo de forma intermitente, no finalizaron hasta el año 1797, en que, hallándose próximos a concluir, el 19 de agosto manifestó el señor gobernador al Ayuntamiento la inscripción que tenía pensado fijar en la obra nueva, de todo lo cual, inteligenciados los regidores, acordaron de conformidad que el citado texto se escribiese y estampase en la lápida que habría de colocarse en uno de los extremos del muelle, poniéndose en el otro las armas de la Villa junto a las de la Casa de Arcos, titular del señorío.
Según el Boletín de la Real Academia de la Historia,[9] esta preciosa lápida, de una vara en cuadro, era de mala piedra caliza, hallándose en 1896 bastante dañada por los aires salinos. El texto, vertido al castellano, decía así: “Edificada para resguardo se acabó la obra de esta fuerte valla para la seguridad de la barra del puerto, siendo reyes de las Españas y de las Indias el señor don Carlos IV y la señora doña María Luisa, también de apellido y sangre de Borbón, por el licenciado don Antonio Basilio Martínez Gil, nombre ciudadano de Regina, capitán a guerra de Cádiz y presidente de los cabildos de Justicia y Regimiento de esta villa nobilísima de Rota y gobernador de su castillo, relator de los Reales Consejos de Derecho Público en España, y también académico en ellos. Hagan rico emporio de este puerto las naves que a él acudieren, y al amparo de tan fuerte dique no teman las grandes olas. En el año 1797 el Cabildo Municipal y los alcaldes ordinarios, don José Mateos y don Sebastián Ruiz dedicaron esta honrosa inscripción al Mérito y a la Justicia.” Respecto a la obra, hemos de reseñar que esta se hallaba desplazada unos metros hacia el interior y que su longitud había quedado reducida a unos cien metros, estando rematado en punta redonda.
Por aquellos años el muelle roteño hubo de hacer frente a varias de las numerosas contingencias bélicas en que se vio envuelta España, tales como los combates de San Vicente y Trafalgar. De este último se conserva una curiosa carta enviada por Gravina a don Juan Joaquín Moreno, recogida por Lourdes Márquez Carmona en su obra Trafalgar y el pescador de náufragos, y que dice así: “Excmo. Sr.: Con fecha 16 del actual me dice el Comandante del apostadero de Rota, don Juan de la Puente, lo que sigue: En la guerra pasada tenían los buques de este apostadero el recurso para abrigarse de los temporales de atracarse al muelle. En el día es impracticable este medio porque se ha formado un banco de arena a su pie, de tanta extensión y altura que no permite que flote ninguna embarcación sino a mareas muy vivas. […] En este concepto me parece, salvo el dictamen de V. E., que sería conveniente limpiar este banco, que aún es posible, para dejar libre el uso de este muelle en aquellas necesidades, y lo hubiera intentado con mi gente si no supiera extrajudicialmente que hay fondos bastantes para haber concluido éstas y otras obras precisas en él con la anticipación y oportunidad necesarias; pero como no veo efecto alguno a pesar de las instancias que tengo hechas al ayudante de este distrito, como la estación y la necesidad de precaver estas fuerzas urge ya con precisión, y como este banco crece notablemente, por días hace más impracticable el acercarse al muelle, debo manifestárselo a V. E. con el objeto de que, o bien se le inste al encargado de estos fondos a verificar la obra con la prontitud que ya es indispensable, o bien se me concedan a mí las facultades y auxilios necesarios para emprenderla […] Navío Príncipe de Asturias, en la bahía de Cádiz, a 18 de octubre de 1805. Federico Gravina. Excmo. Sr. D. Juan Joaquín Moreno”[10]
De todos es bien conocido el funesto desenlace de la batalla de Trafalgar, aunque quizás algo menos que, invadida la provincia por los franceses, el puerto roteño participó activamente en el asedio francés a Cádiz, sirviendo de base a la marina corsaria del Rey Intruso.
Los años siguientes a la invasión francesa fueron de grandes dificultades en todos los órdenes, lo que repercutió también en el estado del muelle, sometido a constantes reparaciones bien intencionadas, pero ineficaces para contener el estado de ruina en que paulatinamente se iba sumiendo. Así, hallándose en 1833 la parte interior y exterior del muelle llenas de piedras y escombros que entorpecían el atraque de las embarcaciones, de lo que resultaban diariamente daños de consideración en los fondos de las mismas, con las consiguientes quejas de los patrones y dueños de buques, en agosto del dicho año se procedió a su limpieza, quedando el muelle más o menos expedito y limpio de piedras.
En 1836 se procedió a una nueva reconstrucción, que si no sirvió para ampliar su longitud, al menos permitió su supervivencia por unos años más, y como no podía ser menos, estando para concluirse las obras, el 23 de diciembre se acordó colocar en el mismo una pirámide en que se expresase el año en que se había ejecutado, el nombre del monarca y los arbitrios que lo habían costeado, cuya inscripción fue la siguiente: «Reynando en España la Católica Majestad de D.ª Isabel Segunda de Borbón y en su Real nombre la Reyna Gobernadora D.ª María Cristina, su dignísima madre y Regente del Reyno por la Cortes Generales de este año durante la minoría de su excelsa hija, se reparó este muelle a costa del público con los arbitrios concedidos en real orden de ocho de Noviembre de mil ochocientos treinta y dos, y bajo los auspicios de una Municipalidad celosa del bien de sus Compatricios. = Año de mil ochocientos treinta y seis, Era Segunda de la restauración de la Monarquía Española».
Hasta el año 1837 no se tiene noticia concreta de una luz que guiase a los navegantes que arribaban a este puerto, y más concretamente sobre que, “ Habiéndose quitado del extremo del muelle la pilastra allí colocada, y en su remate la farola que servía de guía a las embarcaciones, se dio cuenta en la sesión del 23 de octubre de un oficio del jefe superior político de la provincia en virtud de queja producida por los prácticos de esta matrícula, ordenando al Ayuntamiento que procediese a levantar de nuevo la referida pilastra y farola si no existía imposibilidad absoluta, en cuya inteligencia acordó el Ayuntamiento pedir informes al comandante general de este distrito sobre si colocado el farol en otro punto produciría iguales efectos que si se situase en su anterior emplazamiento.
Por otra parte, en enero de 1848 aconsejó el asentista de las obras del consolidación y reparación del muelle que se hiciese reconocimiento de la escollera que se había proyectado formar a lo largo del muro del lado sur del muelle, a fin de que se hiciese, no separada del muro, sino próxima al mismo para su mejor construcción y solidez, siguiendo el trazado del tramo formado anteriormente, extremo que era preciso determinar antes de otorgar la escritura, a fin de alejar dudas ulteriores que pudieran surgir, de todo lo cual enterado el Ayuntamiento acordó dirigirse al efecto al ingeniero de Caminos, Canales y Puertos del distrito como director de la obra para que determinase si debía o no ser aquel el lugar propuesto por el contratista.
Años más adelante, en 1859, fue el ayudante militar de Marina de este distrito el que el 19 de marzo se dirigió al Ayuntamiento manifestando la imposibilidad que había de proceder al embarque del pasaje en las grandes mareas si no era en la misma punta del muelle viejo, debido a lo sucio que se hallaban sus fondos a fin de que tomase las medidas urgentes que el caso requería, de todo lo cual enterada la Corporación, acordó solicitar de la Ayudantía una noticia del costo aproximado a que podrían ascender las faenas indispensables para su limpieza, así como su parecer sobre la necesidad de repetirlas con frecuencia, cuyos datos consideraba indispensables para poder determinar lo procedente sobre el asunto.
Volviendo sobre el tema del faro, reconocida por el Gobierno en 1860 la conveniencia de establecer en este puerto un faro que advirtiese de los inconvenientes que ofrecían estas costas, con cuyo auxilio y la luz del faro de San Sebastián se marcasen bien a los navegantes la entrada del puerto de Cádiz, y enterada la Corporación de que el ingeniero provincial había señalado como lugar idóneo para ello la punta de este muelle, acordó el 18 de marzo hacer presente así al señor gobernador que aquel sitio era el único que quedaba utilizable para los embarques cuando bajaba la marea, por lo que, de ocuparse, perjudicaría al tráfico marítimo de esta población, constituyendo un despojo que no se debía consentir, a fin de que lo trasladase al dicho ingeniero con objeto de eludir a tiempo cuestiones y conflictos que debían orillarse en un asunto en que el Ayuntamiento no podía abstenerse de ejercitar toda la solicitud de que fuese capaz en el desempeño de su representación, significándole asimismo que este pueblo y su Ayuntamiento se obligaban a subvencionar con 300.000 reales la prolongación del expresado muelle, entendiéndose dicha obra hasta la extremidad de la línea de piedras que se hallaba a continuación del existente, sin que en ningún caso, y cualquiera que fuese la aportación del Estado, correspondiese a esta población abonar más de los 300.000 reales que iban ofrecidos.
Nada se hizo sobre el particular, de modo que, deseando el Ayuntamiento facilitar el desembarque de los pasajeros en las horas de bajamar, evitando el peligro que les ocasionaba el tener que verificarlo por la escollera, mandó el 4 de marzo de 1886 colocar una escalera de hierro en el extremo del muelle en la parte del sur por precio de 1.000 pesetas.
En resumen, que desde fechas anteriores al siglo XIX y parte del XX el muelle de nuestra villa no experimentó cambios sustanciales en su estructura, a saber: 100 metros de línea de atraque, dos escalas y una surtida conformaban toda la instalación, y así continuó hasta los años 30 del pasado siglo XX, en que comenzaron las obras de ampliación siguiendo el plan de puertos de la Dictadura de Primo de Rivera, con la adición de otros 200 metros de línea de atraque, aunque su calado seguía siendo escaso e inexistentes los medios de carga y descarga.
Así, con sus 300 metros de longitud lo hemos conocido muchos roteños como propio de nuestra villa, y así subsistió, con las necesarias reparaciones, hasta los años 80/90 del pasado siglo en que comenzaron las obras de ampliación, sirviendo en su momento para atender todo el movimiento de cabotaje y el tráfico de bahía que se desarrollaba en nuestra población y para la importación del pescado procedente de Ceuta y Marruecos que llegaba a esta villa con destino a la desaparecida fábrica de conservas de don José León de Carranza hasta que su aterramiento hizo imposible el mantenimiento de la actividad, si bien en los años 50 se redactaron algunos proyectos que no llegaron a buen fin.
Finalmente, y ya en la última década del pasado siglo XX, y como sección dependiente del Puerto de la Bahía de Cádiz se han realizado importantes mejores en la infraestructura portuaria roteña que han dotado al puerto de la amplitud requerida con la construcción de dos dársenas separadas por una escollera para embarcaciones pesqueras y deportivas, con buenos abrigos y nuevas líneas de atraque fijas y flotantes, así como un relleno con amplias zonas de servicio y un acceso directo a través de la avenida San Juan de Puerto Rico, proyecto del Gabinete de Estudios INTECSA e integrado por dos diques que se cierran en una bocana de setenta metros de ancho orientada hacia el Noreste, un calado en bajamar viva de 3,50 metros.
El abrigo de poniente, dotado de rompeolas con bloques de hormigón y construido sobre el antiguo muelle José María Pemán, tiene una longitud de 660 m., y el de levante es un contradique de piedra de 430 m. de largo, y entre ambos se encuentra la escollera que divide el área abrigada en las dos dársenas ya referidas, terminando en una isleta con muelle de combustibles. La superficie total del puerto es de unas 11 Ha.
Asimismo se ha dotado a nuestro puerto de un nuevo faro, que ha venido a sustituir al construido en 1907 por don José Hervella sobre el arco del muelle, con un alcance de más de veinte millas, lámpara de mil vatios y plano focal situado a treinta y cuatro metros sobre el nivel del mar, estando en servicio desde 1980.
La terminación de estas instalaciones náutico-deportivas de Rota coincidió el tiempo con la celebración del Campeonato Mundial de Vela 1992, popularmente conocidos por Mundo Vela 92, que permitieron inaugurar las nuevas instalaciones, bautizadas con el evocador nombre de “Astaroth”, uno de los antiguos nombres atribuidos a nuestra Villa, y consolidar a la Bahía como marco idóneo para la práctica del deporte náutico.
Antes de concluir con mi intervención, me gustaría recordar que a partir de los años finales del siglo XIX se conserva del recuerdo de una serie de embarcaciones, faluchos y laúdes generalmente, que realizaban un intenso tráfico con Cádiz, Sevilla, Huelva y puertos del norte de África, cuyos nombres, casi todos sacados del santoral, como era tradicional, solían estar aderezados con apodos y sobrenombres que solían hacerse extensivos a sus patronos y armadores, apodos casi siempre de buen gusto que contribuían a completar la personalidad de unos y otros, tales como “Sagasta”, “Cartagena”, “Canuto”, “el Vivito”, “el Robalo”, “el Sapo”, “el Rubito”, “Quitoli”, “Pilongo”, “Salía”, “Capucho”, “Cabani”, “Panzúo”, “la Victoria”, “el Vicenta”, y un largo etc., y la más recientemente “el Séneca”, “Tula”, “Pescaílla”, “el Temprano”, “el Taita”, “Pizarro” o “Paco Gabriel”, y faluchos el “Margarita”, “el Gallo” o “el Abanico”, entre otros, siendo estos dos últimos los que cerraron el ciclo del llamado “barco de la hora”, servicio que unía diariamente Rota con Cádiz (la barca, como le llamaban popularmente los veraneantes de la época) conduciendo pasajeros y frutos de la tierra.
Como podemos apreciar, el puerto roteño ha sufrido a lo largo de los muchos años, siglos, de su existencia numerosos altibajos, con momentos de gran esplendor y épocas de gran decadencia. Tal vez por eso, y recordando aquí una expresión de nuestro paisano don Francisco Ponce, quizás sea oportuno recordar aquí que las empresas marineras han sido siempre inseguras, y que si en otros tiempos aun no muy lejanos era de lamentar su estado de abandono, hoy podemos congratularnos de nuestras nuevas instalaciones portuarias y mirar el horizonte con confianza, evocando aquella expresión que campea como leyenda en el escudo de París: “Fluctuat, nec mergitur”, “Oscila, pero no se hunde”.
CURRÍCULO
José Antonio Martínez Ramos, nacido en Rota el 1 de febrero de 1949.
En 1990 publica su libro “Rota, Apuntes para su historia” (Colección Temas Roteños, número 14, Fundación Alcalde Zoilo Ruiz Mateos), donde realiza un estudio exhaustivo de las fuentes conocidas sobre la historia de nuestra Villa desde su más remota antigüedad hasta bien entrado el siglo XV.
Asimismo, desde marzo de 1994 colabora asidua e ininterrumpidamente con el periódico “Información Rota” donde ha publicado numerosos artículos sueltos sobre historia local así como las series “Un Paseo por Rota”; “Aproximación al Régimen Señorial en la Villa de Rota”, y, actualmente y desde hace varios años, los “Anales de la Villa de Rota”, de los que ya tiene publicados los dos primeros volúmenes, que abarcan desde los principios de la Rota medieval a la Invasión Francesa y primer periodo del gobierno de Fernando VII.
Ha colaborado asimismo en los desaparecidos “La Villa” y “Crónicas de Rota” y en otras publicaciones tales como “Rota y El Rosario” y los Boletines de la Sección de Coleccionismo de la Fundación Alcalde Zoilo Ruiz Mateos.
Por su dedicación al estudio de la historia roteña en septiembre de 1994 es propuesto y nombrado por el entonces alcalde don Felipe Benítez Ruiz Mateos por adjunto al recientemente fallecido don Ignacio Antonio Liaño Pino, Cronista Oficial de la Villa, título que se le otorga exclusivamente a título honorífico a efectos de investigación y búsqueda documental, labores que ha venido desarrollando ininterrumpidamente desde entonces, primeramente en el Archivo Municipal y, a raíz de su creación, en el Aula de Temas Roteños, colaborando estrechamente con el Ayuntamiento en la divulgación de los aspectos históricos de la Villa.
Como tal publica en 1997 publica, en edición conjunta del Excelentísimo Ayuntamiento y la Fundación Alcalde Zoilo Ruiz Mateos su “Aproximación a la figura de Celestino Mutis” (Colección Temas Roteños número 19. Fundación Alcalde Zoilo Ruiz Mateos) con motivo de la inauguración del Jardín Botánico que lleva el nombre de este personaje, descendiente de roteños.
Asimismo, en 1999, también en edición conjunta del Excelentísimo Ayuntamiento y la Fundación Alcalde Zoilo Ruiz Mateos, publica el libro “El Castillo de Luna, entre la historia y la leyenda”, dedicado a glosar la historia del hoy Palacio Municipal Castillo de Luna, y en 2005, por especial encargo del Excelentísimo Ayuntamiento, redacta el libro “Transición y Democracia en la Villa de Rota (1975-2004), una aproximación a sus aspectos políticos y electorales” (Excelentísimo Ayuntamiento de Rota, 2005), en el que se resumen los acontecimientos políticos más señalados ocurridos en nuestra Villa desde la Transición Democrática hasta 2004.
A reseñar por último la publicación en 2013 de su obra “Nombres antiguos de la calles y plazas de Rota”.
A destacar también su colaboración con la OAC en la confección de la Página Web Municipal con la aportación de una parte importante del material fruto de su labor de investigación, así como la confección del Inventario del Aula de Temas Roteños, y la reciente confección de la maqueta (número 0) y del número1 de la revista digital “Rota en su Historia”, con la que se pretende divulgar la historia de nuestra Villa en sus múltiples aspectos.
Respecto al título de Cronista Oficial que hoy ostenta, se le concede a título exclusivamente honorífico como reconocimiento a los merecimientos contraídos a lo largo de una trayectoria continuada durante bastantes años en pro de la divulgación de la historia de la Villa, de la que hoy ya vamos recogiendo sus frutos, y que en día de mañana se espera constituya un legítimo orgullo para el pueblo de Rota cuando se percate plenamente de su trascendencia.
Galardones obtenidos:
Bibliografía y fuentes documentales fundamentales: