Vereda, 2012
Ya en su obra anterior, Esperanza Bernal Gallero (Gallera Bernal) había reflexionado sobre el objeto artístico y su interacción con el espectador, desde su función o desde su estética. Se trata de llevar al espectador a una ambigüedad en la que la libertad y el encorsetamiento están presentes a la vez, lo mismo que lo natural y lo artificial. En esta ocasión, los conceptos y afirmaciones sobre los que no hemos reflexionado y que aceptamos tácitamente como si significasen algo, simplemente porque parece que todo el mundo los entiende, se convierten en anteojeras situadas en personajes vivos, humanos, que contradicen la propia función y estética del objeto cotidiano. Este efecto se consigue experimentando con varios soportes de expresión artística, desde la fotografía hasta la propia creación del objeto de cuero o del molde humano que lo soporta, y que se transforma, por su propia naturaleza, en una perfecta obra de arte.
Las anteojeras intentan ocultar algo inocultable, la expresión cotidiana, el sentimiento transgresor, el viaje al mundo de los personajes del pueblo de la artista, pero el efecto es el contrario, en lugar de ocultar, destacan, despiertan al espectador mediante las imágenes focalizadas a través de una máscara de cuero. La imagen me dice “no me mires, mi aspecto es demasiado normal”, pero el marco hace inevitable que miremos justo lo que no queremos mirar, nos traslada al mundo interior sin gafas de sol que nos protejan.
Igual sucede con el soporte de la imagen expuesta, nos pide que no miremos, pero ¿quién puede evitar mirarlo? La escultura clásica retoma vida a través de la fotografía, el molde de escayola adquiere movimiento y vida con el objeto que llena de color el pensamiento y las ideas de la creadora, a la vez que nos vuelve a llevar a uno de los elementos preferidos de la artista, la imagen de la mujer y la concienciación social de lo femenino.
De sus investigaciones anteriores, la autora conserva la agudeza visual, una amplitud de miras que ahora traslada a la fotografía: los modelos se desplazan por espacios reales e imaginarios presentando escenas vivas y otras de ensueño, la generosidad de los movimientos, gestos y pensamientos están movidos por los sentimientos humanos enmarcados por un objeto recurrente. En la obra de Gallera Bernal, este objeto único se convierte en el hilo conductor entre una fotografía y otra, reflejando pautas de comportamiento similares a través de algo que no solo enmarca las caras y realza la expresión de los personajes, sino que condiciona los comportamientos.
El peso de algunas escenas atrapadas en la malla del camino, del destino lleno de conceptos sobre los que no hemos reflexionado y que parece que todo el mundo entiende, simplemente porque están ahí desde siempre. Esto se opone a la idea de que la razón es lo que caracteriza a lo humano frente a lo animal, ya que aquí la razón se expresa de una forma que lo que hace es dejarnos ciegos frente a la emoción, que queda infravalorada como algo animal, alejada de lo racional. Y la anteojera nos mete por vereda, nos indica el camino, nos muestra de forma unívoca que no hay más que una opción, la opción de la razón y el camino marcado.
Si observamos la conducta animal, nos damos cuenta de que cuando se camina pausadamente se pueden hacer cosas distintas, ya mirar hacia otro lado, ya descubrir serendípicamente, pero cuando se corre mirando al frente, no es posible hacer nada más que correr, ya sea en una continua huída o en una ruta marcada. Y esto no solo pasa con las acciones, lo mismo sucede con la razón y el sentimiento.
Todo sistema racional y toda ideología se fundan en premisas fundamentales aceptadas a priori, aceptadas porque sí, aceptadas porque a uno le gustan, aceptadas porque uno las acepta simplemente desde sus preferencias. Y eso es así en cualquier dominio. En la serie de retratos que se presenta en “Vereda” se da un ejemplo de todo ello, a través de personas conocidas por la autora y transformadas en personajes de este mundo unívoco de callejones sin salida. Son escenas humanas pintadas con maquillaje animal, mirándose en un espejo de cristal transparente en el cual también nos reflejamos nosotros con ojos de espectadores pasivos. Personas puestas en escena en su propio entorno, que, gracias a la intervención de la fotógrafa convierten este momento cotidiano en un curioso espectáculo. Tal vez una manera indirecta para Esperanza Bernal Gallero de someter su propia realidad a la prueba del proceso artístico y de deslizarse por el tiempo, un tiempo largo y sin fronteras.
Algunas situaciones insólitas, como la fotografía de la piscina, no nos alejan de la realidad, sino que nos impulsan a la superficie con más fuerza que lo haría una persona sin ellas. En otras, somos espectadores de situaciones profesionales, momentos de soledad o de intimidad compartida en los que este objeto presentado de forma cotidiana nos trae una molestia venida de otra cotidianeidad diferente, que aún así no nos impide hacer lo que queríamos hacer. Más allá de la yuxtaposición de dos reinos, el animal y el humano, en este acercamiento ya transgresivo por naturaleza, la presencia de la anteojera remite a la domesticidad animal y, de ahí, a la docilidad requerida, vinculada al rendimiento y al sentido práctico de nuestros comportamientos. Un encuentro de dos mundos: el de la vida cotidiana humana y el del animal doméstico; el espectador presencia, a través de esta asociación poco habitual, una analogía cruel más que divertida que cuestiona el día a día y lo rasga, introduciendo la duda, la pregunta, la vuelta atrás.
Algunas de las imágenes -como la de la mantequera que espera que lleguen los clientes, mientras fuera del establecimiento, con la gente sentada fuera, también esperando- son un doble reflejo de la realidad, dentro y fuera de nosotros mismos. En algunas fotos coincide incluso la idea del acto repetido, de las perspectivas enfrentadas, como en la conversación del café. En medio de estos momentos descritos interviene el objeto incongruente, y, a través de él, reflexivo, el ojo interrogador de la artista.
Meterse en vereda y acabar por caminos equivocados es algo que ocurre cada día, amores que se encuentran y desencuentran, conversaciones de café de personas que no se entienden o no se escuchan, inmersas en vivencias distintas y que siguen por su propia vereda, personas que se acicalan o enseñan a los aprendientes el camino que tienen que seguir, un camino que les ha llevado a la inmovilidad laboral y de pensamiento después de años de preparación. Todos son momentos de creación, de compartir, de soledad y de disfrutar de ella dando la espalda al mar, sintiendo la belleza del maquillaje animal, los besos, los sentimientos y del trabajo producido, los deseos no cumplidos, el amor… Todos son caminos que nos llevan por una vereda, la del camino sin retorno, una vía ciega y sin fin, si no llegamos a ser conscientes de que nuestro camino quiere ir por otro lado. Un camino sin espectadores interesados, pero de obligado cumplimiento.
Una vereda que nos lleva al mundo de los sueños, de la realidad inalcanzada pero que Gallera Bernal nos permite acariciar con su visión única de la fantasía y de la realidad del camino.
José María Ruiz, The Highgate Group
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